Hoy me he levantado con ganas de escribir, y eso es bueno. Al menos para mí. Lo relaciono con unos extraños, pero agradables sueños que he tenido. Que creo vienen provocados por un largo paseo que di ayer. Estuve en parques, observando los árboles y los pajarillos. Estuve en el paseo marítimo, observando el mar y las caprichosas y apacibles nubes. Todo eso me ha provocado, según creo, esos sueños, lo cuales me han traído directamente al teclado. Y lo agradezco mucho porque últimamente, no sé por qué, tengo una extraña resistencia a sentarme ante él para escribir. Es un placer, siempre lo ha sido y lo sigue siendo, ponerme ante la pantalla e indagar en mi interior. Pero hay una barrera invisible, no entiendo bien cuál es su causa, que me hace esquivar a menudo esa situación.

Decía Picasso que la inspiración siempre le pillaba con el pincel en la mano, de ahí yo extraigo que la inspiración hay que buscarla, hay que desearla. Y a mí me ayuda muchísimo el hecho de olvidarme de mis conflictos y estupideces interiores y, simplemente, contemplar el espectáculo del mundo. Que, con los ojos adecuados, es infinitamente hermoso. Es un sueño. El sueño de la vida que a veces difiere poco de los otros sueños, ya sean ensoñaciones que se tienen con los ojos abiertos o las fantasías que se acercan a nuestra mente cuando uno está dormido.

Abandonarse al mundo, ser simplemente un observador objetivo de la realidad, ayuda muchísimo a sacar nuestra parte creativa. Es ser un “sujeto puro del conocimiento” como decía el viejo Schopenhauer, esto es un placer en sí mismo, es algo sublime y, desde luego, muy disfrutable. Y a mí me trae la inspiración, casi noto el aire que producen las alitas de la revoloteadora musa y las ondas de música de su arpa acariciando mi corazón. Por ello, a quien guste de escribir y se sienta atascado o bloqueado, le recomendaría que salga a la calle; que contemple la maravillosa naturaleza. Es un digno espectáculo, el mejor que puede ofrecerse a los ojos del poeta y de cualquiera que tenga alguna sensibilidad, por muy escondida que ésta esté.

Está aquella famosa historia del filósofo chino que no sabía si sus sueños eran reales o lo real era su vida; esa extraña confusión me embarga a veces. Y me ayuda a penetrar en lo más bello de mí mismo, en ese núcleo de belleza que contiene en su interior todo lo vivo.

Y en estos momentos, que no son frecuentes, pero sí intensos, agradezco estar vivo y poder disfrutar de esta íntima alegría. Poder saborear esta maravilla ofrecida por una existencia que, aunque dura y cruel a veces, también nos ofrece estos incomparables regalos.

Por ello, en mí, el sueño que es a veces la propia vida y la inspiración van cogidas fuertemente de la mano. Es una sensación increíble y enriquecedora y, como dije antes, la agradezco con todo mi corazón.