Tribute

Un tributo a Ozzy Osbourne

Por Javier Martos Fornieles

Pues por dónde empezar

Todos los que se engancharon al rock y al metal de chavales conservan un recuerdo nítido y dulce de los primeros y mágicos meses de nuestra relación con el sonido de la Bestia. Yo incluso recuerdo cuáles fueron los tres o cuatro primeros temas de rock y metal que me atraparon. Uno de ellos era «Breaking all the rules» de Ozzy. Pero antes de hablar de Ozzy en solitario hay que ir cronológicamente y hablar de lo que eran Black Sabbath.

Me duele de verdad hablar de ellos en pasado, pero lo que se vio el 5 de Julio en el Vila Park fue el final de Black Sabbath. Si Dio estuviera vivo a lo mejor se animaban a hacer unos cuantos bolos más, pero con él y Ozzy fallecidos la banda se terminó y esta vez es de verdad no como en las dos o tres anteriores falsas despedidas. Los fans que asistieron a su set final lloraban porque eran conscientes de que aquello llegaba a su fin.

Black Sabbath son la primera banda de Heavy Metal de la historia. Durante décadas se ha repetido una y otra vez que los padres fundadores fueron ellos, Deep Purple y Led Zeppelin pero eso es una chorrada porque casi ningún fan del metal considera a los dos últimos como Heavy Metal. Pero Sabbath… Era la banda de toda la comunidad. Podías encontrar metaleros a los que no le gustasen Deep Purple o Led Zeppelin, pero en el momento en el que alguien mencionaba a Sabbath todos independientemente del estilo de metal que escucharan o tocasen (doom, black, groove, grunge…) se inclinaban y hacían una reverencia. Eran la argamasa que nos unía a todos.

Su mérito no está sólo en haber creado un género nuevo con por lo menos diez vertientes y cientos de bandas que les consideran mentores. Es haber hecho historia haciendo la música que hacían: Densa, pesada, que salvo algunas excepciones suena fea y casi deja mal rollo en el cuerpo. Sin tener ningún single de éxito mundial y sin seguir ninguna moda en ningún momento entraron en la conciencia colectiva de la música rock y ya nunca cayeron en el olvido. Casi toda la prensa musical (los que iban de rebeldes y salvajes) intentaron sepultarlos, pero como una enfermedad crónica incurable se enquistaron ahí para rebrotar cada equis años hasta que llegó un momento en que tuvieron que hincar la rodilla y aceptar que habían perdido la guerra contra ellos.

Aunque no componía las canciones ni escribía las letras la voz de Ozzy era indispensable en aquella banda. Una voz impensable en una banda de rock que quisiera triunfar comercialmente; chillona, aguda, desentrenada, nada vendible ni bonita pero que era perfecta para esos temas. No he escuchado casi ninguna versión de sus temas de Sabbath en la que el vocalista de turno lo haga del todo bien, parece como si nunca estuvieran del todo cómodos intentando hacerlo como en la versión canónica. Pero cuando Ozzy las canta todo encaja a la perfección.

Si a la gente de mi generación y a mí la música de esos cuatro nos volvió salvajes a mediados de los noventa no puedo ni empezar a imaginar lo que tuvo que ser para un chaval de 14 o 15 años escuchar alguno de los dos primeros discos de Black Sabbath en 1970 (año en el que se publicaron Black Sabbath y Paranoid). Esos niños estaban acostumbrados a los Beatles, los Beach Boys y todas esas luminosas bandas llenas de voces dulces y mensajes positivos y un día pincharon un disco con una portada siniestra y se encontraron con un torrente de agua turbia y enfangada que se lo llevó todo por delante sin piedad alguna.

Y casi sesenta años después siguen siendo incómodos de escuchar. A diferencia de lo que pasa con bandas como Queen o Guns and Roses nadie que no pertenezca a la comunidad metalera escucha a Black Sabbath, la gente de fuera del colectivo no soporta ni cinco minutos de ellos. Hasta los temas más tiernos y melódicos (Solitude, Planet Caravan, Changes) acaban pareciéndoles demasiado tristes, tediosos y lentos. Y me alegro de que así sea. Cuatro paletos de Birmingham, pobres como ratas, sin oficio ni beneficio, destinados a una vida de anonimato y mediocridad entraron como apisonadoras grises y herrumbrosas en la historia de la música pasando por encima de todo sin pedir opinión ni tener en cuenta los sentimientos de nadie, como hacen los artistas de verdad.

Más de cinco décadas después cuatro generaciones de bandas les estaban rindiendo homenaje en el estadio de la ciudad en la que crecieron y crearon el género musical al que todas ellas le han dedicado su vida. Y diecisiete días después la banda homenajeada que tocó aquel día por última vez cesó de existir.

Qué manera más hermosa de irse.

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Javier Martos Fornieles

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