Arte y mentira (Pessoa) El libro del desasosiego

El arte consiste en hacer sentir a los otros aquello que nosotros sentimos, en liberarlos de ellos mismos, proponiéndoles nuestra personalidad como forma especial de liberación. Lo que siento, en la sustancia verdadera con que lo siento, es absolutamente incomunicable; y cuanto más profundamente lo siento, más incomunicable es. Para que yo pueda, por tanto, transmitir a otro lo que siento, tengo que traducir mis sentimientos a su propio lenguaje, esto es, tengo que decir las cosas como si fueran las que yo siento de tal forma que él, leyéndolas, pueda sentir exactamente lo que yo sentí. Y como este otro es, por presupuesto artístico, no esta o aquella persona, sino todo el mundo, esto es, la persona que es común a todas las personas, lo que al final tengo que hacer es convertir mis sentimientos en un sentimiento humano típico, aunque sea pervirtiendo la verdadera naturaleza de lo que yo sentí.

Todo lo que es abstracto resulta difícil de entender, porque es difícil conseguir que gane la atención de quien lo lea. Ofreceré, por eso, un ejemplo sencillo donde las abstracciones que creé se concreticen. Supongamos que, por cualquier motivo, como pudiera ser el cansancio de hacer cuentas o el tedio de no tener que hacerlas, cae sobre mí una tristeza vaga de la vida, una angustia de mí mismo que me perturba y que me inquieta. Si voy a traducir esta emoción en frases que la ciñan muy estrechamente, cuanto más fuertemente la ciñan, más la daré como particularmente mía, y menos, por lo tanto, la comunicaré a los otros. Y, si no es para comunicarla a otros, más fácil y más justo sería sentirla y no escribirla. Supongamos, sin embargo, que deseo comunicársela a otros, es decir, hacer de ella arte, pues el arte es la comunicación a los otros de nuestra íntima identidad entre el conjunto de ellos; sin lo cual no hay comunicación ni necesidad alguna de establecerla. Investigo cuál será la emoción humana vulgar que tenga el tono, el tipo, la forma de esta emoción que ahora me embarga por las particulares e inhumanas razones de ser yo un tenedor de libros cansado o un lisboeta aburrido. Y compruebo que el tipo de emoción vulgar que produce en el alma vulgar esta misma emoción, es la saudade de la infancia perdida. Tengo ya la llave para la puerta de mi tema. Escribo y lloro sobre mi perdida infancia; me detengo conmovido en pormenores acerca de personas y sobre el mobiliario de la vieja casa provinciana; evoco la felicidad de no tener derechos ni deberes, de ser libre por no saber ni pensar ni sentir —y esta evocación, si sé hacerla bien hecha tanto en la prosa como en las visiones, despertará en mi lector exactamente la emoción que yo sentí y que nada tenía que ver con mi infancia. ¿Mentí? No: comprendí. Pues la mentira, salvo la que es infantil y espontánea y nace de la propia decisión de estar soñando, no es más que la noción de la existencia real de los otros y de la necesidad de adecuar a esa existencia nuestra propia existencia, que a ella no puede adecuarse. La mentira es simplemente el lenguaje ideal del alma, pues, así como nos servimos de palabras, que son sonidos articulados de una manera absurda, para traducir en lenguaje real los más íntimos y sutiles movimientos de la emoción y del pensamiento, que forzosamente las palabras no podrán nunca traducir, así nos servimos de la mentira y la ficción para entendernos los unos con los otros, lo que con la verdad propia e intransmisible nunca podría llegar a realizarse.

El arte miente porque es social. Y sólo existen dos formas de arte —una que se dirige a nuestra alma profunda; otra que se dirige a nuestra alma atenta. La primera es la poesía; la otra, la novela. La primera empieza a mentir desde la estructura misma; la segunda comienza a mentir desde la misma intención. Una pretende darnos la verdad a través de líneas diversamente ordenadas, que falsifican la inherencia del habla; la otra pretende darnos la verdad mediante una realidad que bien sabemos todos que no existió nunca. Fingir es amar. No veo nunca una hermosa sonrisa o una mirada significativa que no intente adivinar, de repente, y venga de quien venga la mirada o la sonrisa, quién es, en el fondo del alma ante la cual se sonríe o se mira, el político que nos quiere comprar o la prostituta que quiere ser comprada. Pero el político que nos compra deseó, al menos, comprarnos; y la prostituta que compramos deseó por lo menos ser comprada. No podemos huir, por más que lo intentemos, de la fraternidad universal. Nos amamos todos los unos a los otros, y la mentira es el beso que mutuamente intercambiamos.

Libro del desasosiego. Fernando Pessoa

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