La parte desconocida

-Si tanto deseas la muerte, aquí la tienes. -susurró la anciana adelantando un frasco con una mano engarfiada y envuelta en un pañuelo.

El hombre la miró a ella y al objeto de forma alternativa. Adelantó su brazo, pero se detuvo a medio movimiento. La pequeña mujer, que observaba con avidez, vio una sombra cruzar los ojos del hombre. El cual, súbitamente, arrebató el frasco de la mesa y salió de la miserable tienducha a paso vivo.

La anciana vio al tipo mezclarse con la muchedumbre de los barrios bajos. En su sonrisa había una pizca de duda; la impaciencia del hombre no la había dejado explicarle todo el asunto. Pero pronto se olvidó, recogió las monedas de la mesa y empezó a mezclar semillas en el mortero.

El hombre caminó medio ido, sin aparente rumbo fijo, hasta que se topó con un lugar que conocía bien: el cementerio. Ya anochecía y le pareció buena idea terminar el asunto allí mismo. Había cierta elegancia poética en aquello, por no hablar del trabajo ahorrado.

Saltó la baja pared sin dificultad, y, aunque anochecía y no se veía un alma, se sentó en lo más oscuro. Por un momento las ramas de los árboles danzaron y la brisa le tocó el rostro. Le provocó un pellizco de duda. Pero recordó, recordó con ojos sombríos y la duda se esfumó.

Sin pensarlo, sacó el frasco del bolsillo y, violentamente, tragó su contenido. Le pareció sentir un calor en la garganta y luego un leve picor. El sabor era agradable, entre dulce y ácido. Miró el frasco: solo era una pequeña pieza de cristal sin ninguna leyenda. Mientras lo miraba un rápido sopor se apoderó de él. Apenas podía moverse y los párpados le pesaban cada vez más. Se fijó en la Luna, cuyo halo parecía un lago de plata en el cielo. Cerró los ojos.

Pensó que la vida era realmente extraña y luego murió. Pero antes, en ese lapso, ocurrieron infinidad de cosas.

Fue saltando hacia atrás en el tiempo por su propia vida: revivió su última época de tristeza, luego la separación de su esposa e hija, retrocedió hasta el nacimiento de ésta última y después hasta el día de su boda. Llegó a los años en que era un adolescente, un niño, un bebé, y siguió más allá.

Fue sus padres, sus abuelos y aún siguió. Siendo cada vez más personas, viviendo cada vez más vidas. Contempló la construcción de la Torre Eiffel, navegó por mares inexplorados con los portugueses, corrió entre los hielos con los primeros vikingos, vio el sol naciente tocar con sus rayos las columnas de la acrópolis y vio elevarse a través de los años las pirámides de Egipto. Admiró a los artesanos tallando el Valle de los Reyes y se vio entre extraños cultos babilónicos teñidos de fuego y sangre.

Y vio mucho más, cada vez más. Fue uno con los primeros hombres, hasta que su comunicación se volvió gradualmente más rudimentaria, y se transformó, poco a poco, en un animal irracional. Pero aún veía y comprendía. Y los años, siglos y edades se amontonaron en sus sentidos, temblaron en su conciencia y cobraron un nuevo significado.

Y al final del todo, cuando ya no quedaba vida en la tierra, cuando no había luz en el universo, al final de la existencia encontró algo más. Algo inesperado.

Supo que nada podía desatar el alma humana de la realidad y que, si la vida tenía una naturaleza ilusoria, la muerte no era más que la sombra de un espejismo.

Una alegría desconocida bailó con su alma y vio infinitos principios extenderse ante su mirada.

El vigilante tardó un buen rato en darse cuenta que el hombre estaba muerto. Parecía dormir y sonreía de forma enigmática. Cuando se dio cuenta que no era ningún borracho ni vagabundo pasando la noche allí, llamó a la policía. Mientras esperaba encontró una curiosa botellita tirada cerca del cuerpo, la examinó sin tocarla. Alguien le había arrancado la etiqueta pero por la forma supo lo que era.

Sus tendencias alcohólicas le habían hecho un experto y reconoció al instante un frasquito de muestra de licor de frutas de una famosa casa comercial.

Los coches de la policía ya se escuchaban fuera y el vigilante fue a su encuentro, pero se sorprendió al echar una última mirada al cadáver.

Parecía sonreír aun más.

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