Adelante
Así, pues, ¡sigue con paso firme por el camino de la sabiduría! ¡Cualquiera que sea la condición
en que te encuentres, sírvete a ti mismo de fuente de experiencia! Arroja, echa fuera la amargura de tu ser; perdónate tu propio yo, puesto que tienes en ti una escala de cien grados, por encima de los cuales puedes llegar al conocimiento. El siglo en que te lamentas de existir, te considera dichoso por tal fortuna. No te arrepientas de haber sido religioso, penétrate bien de cómo has tenido todavía acceso legítimo en el arte. ¿No puedes con la ayuda de estas experiencias seguir las inmensas etapas de la humanidad anterior? ¿No es justamente a este terreno que tanto te disgusta, el terreno del pensamiento turbado, adonde han ido encaminados los más bellos frutos de la antigua civilización? Es preciso haber amado la religión y el arte, como se ama a la madre y a la nodriza: de otra manera no puede llegarse a ser sabio. Pero es menester dirigir la mirada más allá, saber crecer más todavía, por encima de todo eso; si nos quedamos dentro de esos límites no comprenderemos todo aquello. Del mismo modo, es menester estar familiarizado con los estudios históricos y con el juego de la balanza: «ya hacia un lado, ya hacia el otro». Haz un viaje retrospectivo caminando sobre los vestigios en que la humanidad ha dejado marcada su larga marcha dolorosa, a través del desierto del pasado, y así aprenderás seguramente a conocer qué dirección no puede ni debe seguir la humanidad futura. Y en tanto que investigas el nudo gordiano del porvenir, tu propia vida toma el valor de un instrumento y de un medio de conocimiento. De ti depende que tus ensayos, tus errores, tus ilusiones, tus faltas, tus sufrimientos, tu amor y tu esperanza coadyuven sin excepción a tu designio, y este designio es el de llegar a ser tú mismo una cadena necesaria de anillos de la civilización, y el deducir, por esta necesidad, la necesidad de la marcha de la civilización universal. Cuando tu vista haya adquirido bastante fuerza para poder mirar hasta el fondo el lago turbio de tu ser y de tus conocimientos, quizá también en ese espejo las estrellas lejanas de las civilizaciones del porvenir se te harán visibles.
¿Crees que tal vida, con tan alto grado de designio, puede hacérsete demasiado penosa, demasiado desnuda de todo consuelo? Si tal crees, es que no has aprendido a conocer que no hay miel más dulce que la del conocimiento, y que en los senos de la aflicción habrás de amamantarte y que de ellos sacarás la leche de su refrigerio. Cuando tengas más edad, verás cuántas veces has oído la voz de la Naturaleza, de esa Naturaleza que gobierna el Universo por medio del placer; la misma vida que nos lleva a la vejez, nos lleva también a la sabiduría, gozo constante del espíritu ante esa dulce luz solar: vejez y sabiduría vienen por una misma vertiente; así lo ha querido la Naturaleza. Entonces llega la hora de la aproximación de la muerte, sin que puedas indignarte por ello. Será hacia la luz tu último movimiento, será un ¡hurra! de reconocimiento tu último grito.
Gracias por estos capítulos o fragmentos tan interesantes que nos dejas del libro, que me gusta leer. A raíz de otro que publicaste, leí un ensayo del Prof. Santiago Lario Ladrón que me pareció esclarecedor.
Buen domingo. Un abrazo, Daniel
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