A Pedro Salinas

I

Pastor de palabras

 

A través de tu alma tierna

Nos enseñaste

Que cada beso es un milagro,

Que las puertas del paraíso

Formando un “sí” eterno

No están más allá de sus labios.


Cómplice de cada átomo de belleza,

Desde tu página, nos sonreías.

Español exiliado, antigua melodía.

Tu luz trocó en mares las tinieblas.


Y el aire, canto azul, azul de Mayo,

Y la ardiente vida, celebrada,

Sienten sus presencias afirmadas

Y fortalecidas por tu trazo mago.


Trazo de nieve delicada,

Trazo de arroyo, de nube;

Atraviesa, vertical, el tiempo,

A través del dorado de la Luna,

A través de nuestros sueños.

II 

El hombre que sembraba cielos.

 

Alumbrando la luz de la primera estrella,

Meciéndola en palabras susurradas,

Se extiende un amor suave sobre la noche,

Que fluye de tus manos, en cascadas.


Jardinero de estrellas y burbujas

Hábil contable de lo efímero

Que tocas la belleza

Como la luz de un candil tímido.


Jardinero de lo que crece en el alma,

Cariños, deseos insospechados

Magia regada por tu mano

Con la tibieza estelar cosechada.


Tu presente: la sobrecogedora vida.

Tanta, que apenas la contienen los sentidos.

Bateando la plata entre el plomo,

Deshojando la brisa

De sus suspiros de oro.


Nos encuentras,

Orfebre de lo vivo,

Soñando tu amor,

Con tu amor dormidos.

 

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