–Los de Neptuno no tenéis ni puta idea. No os enteráis de nada. Si fueras de Urano, como yo, sabrías perfectamente que eso no es así.
–Pero…
–No me interrumpas, joder. Qué falta de educación hay en tu planeta ¿no? Como iba diciendo, puedo demostrar que lo que dices es completamente falso. Una vez me llamaron para cubrir una baja en el observatorio multidimensional de Tanhausser y allí, te lo juro, vi al Chivi Escarlata. Existe. Escucha esto:
“Los de la Iglesia del Balido siempre han estado enfrentados con la Congregación del Santo Berreo. Estos últimos adoctrinan con la superioridad del ciervo y los primeros con la supremacía de la cabra. Pero lo que no saben es que, como no te levantes, te tiro el agua de la fregona en la cabeza.
–¿Cómo?
–O te levantas o le doy la vuelta a la cama.
–Pero ¿y eso que decías del Chivi Escarlata?
–Chivi te voy a dejar yo. Me estoy cansando. Mira, John, son las siete de la tarde, la niña está esperando, levanta de una vez.
Bajo tales razones John A Tower no tuvo más remedio que apartar el sueño y enfocar la mirada. Los ojos de su mujer eran fuego cuajado, eran una bomba inestable, eran la visión de Kurtz, eran las ventanas de infierno.
En cuestión de segundos estaba en pie, vestido, afeitado y con las llaves del coche en la mano.
–Esto… ¿Dónde íbamos? –Preguntó, confuso.
–Tienes que llevarnos. A la niña al baile y a mí a casa de Mari Pepi.
–Todavía me da tiempo a llegar al Molly.
–Tú verás.
Un par de horas después por fin pudo ir a la segunda edición de la ceremonia del Cencerro Award, la cual estuvo muy perita, como correspondía. El que haya ido lo sabrá y el que no pues que se lo imagine.
En la entrega de premios, nuestro protagonista, recibió una cabra roja en un palé, tamaño Madelman, a la cual llamaron “Chivi”. Unas extrañas resonancias se extendieron por el cerebro de Tower al escuchar ese nombre. Chivi. ¿De qué le sonaba? Apartó la idea y se dedicó a charlar y a trasegar zumito de cebada mientras la noche iba avanzando.
John no quería ni mirar aquella figura turbadora, pero, finalmente, por el mismo motivo que nos rozamos un diente con la lengua cuando nos duele, la sacó y la colocó sobre la barra, observándola.
Al final perdió la paciencia y pensó en irse. Llamó el camarero y preguntó cuánto debía.
–Beeee, beee, bee. –Respondió el camarero.
John tardó un poco en reaccionar mientras el empleado esperaba.
–¿Cuánto ha dicho?
–Beee, beeeeeee, bee, bee. –Respondió.
John se puso pálido, soltó unos cuantos guiles de cobre sobre la barra, recibiendo 3 XP por la hazaña, y se fue de allí, no sin antes guardar el Chivi de Honor en su bolsillo. Por el camino se cruzo con unos amigos que parecían discutir, al acercarse escuchó la conversación.
–Beeee, beeeee, beeeee. –Dijo uno
–Beeeeeeeee, beeeeee. –Respondió el otro muy convencido.
El señor Tower ya estaba realmente alarmado, pero cuando unos enamorados pasaron dándose besitos y susurrándose dulces balidos, no puedo evitar correr despavorido. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué locura era esa?
Se sentó en un banco y volvió a sacar la cabra. La puso a su lado y pensó en destruirla. Quizá así volvería la normalidad. Pero fue pensarlo y escuchar una voz a su lado.
–Ni lo intentes, o te hare papilla.
Miró y vio a la cabra con una media sonrisa y una mirada maligna.
–No sabes quién soy ¿verdad?
–Sí, eres una cabra de plástico.
–No. Soy un tótem. Soy la deidad de una civilización mucho más avanzada que la vuestra. ¡La Chivilización! Estamos extendiéndonos y hemos venido a quedarnos. Espero que no tengas ningún inconveniente. Lo digo por ir matándote y eso.
John A. Tower no daba crédito a lo que oía. ¿Una cabra extraterrestre? Agitó la cabeza, aquello era demasiado incluso para él. Nadie, salvo quizá Philip K Dick, sabría qué hacer en semejante situación. Visualizó una legión de chivos super inteligentes invadiendo la tierra, el pobre hombre comenzó a temblar y notó cómo le bajaban de golpe seis puntos de cordura.
La cabra lo derribó con la mirada mientras leía sus pensamientos; al caer se dio en la cabeza con el bordillo de la acera y quedó grogui.
–Bueno, puede que yo sea de Neptuno, pero esa historia no tiene ni pies ni cabeza. Ni final, por cierto.
–Mira, de verdad, no sabes ni dónde tienes los tentáculos inferiores. Fui testigo de todo eso en el observatorio multidimensional, como te he dicho. Pero se cortó la emisión en ese momento. Pero el Chivi invadió aquella dimensión. ¡El Chivi Escarlata de la leyenda de la Iglesia del Balido! ¿No te enteras? ¡Y ahora está aquí!
–Cariño, son las ocho de la mañana. Cariño, cariño…
–Espera, quiero ver qué pasa en el sueño, beeeee.
–Cariño.
–Beee, beeee, beee.
–¿Qué dices? Habla bien, John.
–Beeeeeeeee.
John A Tower cerró la boca como se cierra una trampa para ratas al activarse. Intentó pensar en aquello, pero la cosa no funcionaba. Solo podía reproducir balidos en su mente. La cosa estaba jodida. Huyó y corrió sin saber adónde hasta que por inercia inconsciente acabó en el Molly. Fue a sentarse y algo se le clavó en el costado. “Beee, beee, bee” Pensó frustrado. Era la cabra de plástico, el tótem o lo que fuera aquello. Volvió a colocarla en la barra y ya puedo pensar bien, pero a su alrededor las conversaciones se convirtieron en animados balidos y bovinas risotadas.
“Valiente mierda” Pensó John.
El gallo cantó y la cabra de Álora se despertó, sacudió la cabeza y se dirigió al pesebre a rumiar el desayuno. Últimamente soñaba cosas realmente extrañas. Pero se olvidó en seguida, eructó y siguió a lo suyo.
Lo que no sabía es que en realidad era una canción de Tabletom. La cual soñaba dimensiones que, a su vez, la soñaban a ella. El universo era un juego de espejos que confundía realidad y ficción hasta que no había ninguna diferencia entre ambos.
La cabrá se echó una siestecilla y ciertos extraterrestres siguieron con su discusión. Por otro lado, John A Tower despertó en una nueva Chivilización y se fue adaptando hasta gustarle aquella sociedad bovina, mucho más pacífica y también mucho más lanuda, todo hay que decirlo.
Y siguieron soñándose en un extraño círculo que giró para siempre, rodeado y mezclándose con otros círculos de soñadores. Y, como bien sabemos en Andrómeda, la nada no existe, el cero es una quimera y lo mismo pasa con la muerte definitiva. Puesto que nada es permanente tampoco la inexistencia lo es. Y estos personajes y muchos más siguieron discurriendo por ese infinito mental que es todo lo existente.
Informe nº 349-3
Nombre del empleado: Rixtey
DUI: HA786571139-QQ
Operario del observatorio de Tanhausser
Período de observación: de 78.58 a 97.21 cht
CP 45816, Alegría de la Huerta.
Sistema Carpicornio
Andrómeda
FIN DEL INFORME.
Relato dedicado al Círculo de los Sin Nombre, a Filmtropía, por inspirarlo, y en especial a Juan Alberto Guzmán de la torre, también conocido por otros nombres en dimensiones poco frecuentadas.