Tiempo de isla, de Pedro Salinas

 

VARIACIÓN IX

 

TIEMPO DE ISLA

 

 

1

 

¿Quién me llama por la voz

de un ave que pía?

 

¿Qué amor me quiere, qué amor

me inventa caricias,

 

escondido entre dos aires,

fingiéndose brisa?

 

La palmera, ¿quién la ha puesto

—la que me abanica

 

con soplos de sombra y sol—

donde yo quería?

 

La arena, ¿quién la ha alisado,

tan lisa, tan lisa,

 

para que en rasgos levísimos

la mano me escriba,

 

de amante que nunca he visto,

de amante escondida,

 

entre pudores de espuma,

mensajes de ondina?

 

¿Por qué me dan tanto azul,

sin que se lo pida,

 

el cielo que se lo inventa,

el mar, que lo imita?

 

¿Cuál fue el dios qué un día octavo

me trazó esta isla,

 

trocadero de hermosuras,

lonja sin codicia?

 

Aquí tierra, cielo y mar,

en mercaderías

 

de espuma, arena, sol, nube,

felices trafican;

 

sin engaño se enriquecen,

—ganancias purísimas—,

 

luceros dan por auroras,

cambian maravillas.

 

Tiempo de isla: se cuenta

por mágicas cifras;

 

la hora no tiene minutos:

sesenta delicias;

 

pasa abril en treinta soles,

y un día es un día.

 

¿Quién, llevándose congojas,

dio forma a la dicha?

 

 

2

 

Nadie te quiere, o te busca.

¿Caricias? Mentira.

 

En el aire no hay amor;

hay mirlos que silban.

 

Lo azul nadie te lo da,

gracia es indivisa,

 

belleza a nadie negada,

a nadie ofrecida.

 

No quiere la luz, por dueña,

ninguna pupila;

 

el sol nace para todos,

y en nadie termina.

 

Y esa amante misteriosa,

fugaz, entrevista,

 

desde los aires la sílfide,

desde el mar la ninfa,

 

no es nunca amante, es la amada

total. Es la vida.

 

Pedro Salinas

2 comentarios en “Tiempo de isla, de Pedro Salinas

  1. «No quiere la luz, por dueña,

    ninguna pupila;

    el sol nace para todos,

    y en nadie termina».

    Este poema es precioso.

    El fragmento que he recortado me parece muy hermoso. Los elementos naturales no tienen dueño, nacen y mueren para todos cada día.

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    • Es cierto, es un poema precioso. La belleza de la naturaleza es inconsciente, destila cierta inocencia y, al tiempo, es impresionante. Y, como bien dices, no tiene dueño, ni meta. Es pura hermosura, sin nada más.

      Me gusta

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