Y, a veces, como decía Dickinson, esa cosa con plumas se posa en nuestra alma.
Somos tocados por la mano de la comprensión y entendemos el valor de lo que nos rodea.
Es extraño cuando esos momentos, violando toda regla y expectativa, llegan hasta nosotros. Cuando la magia nos roza, por un momento que dura el aleteo de una mariposa, llegamos a sentir que la miseria y el infinito dolor que es la vida puede estar justificado. En esos extraños instantes podemos sentirnos tocados por todo y sentir que a todos llega nuestro amor. Ahí se rompe la propia realidad, las reglas de la vida, las que nosotros esperamos al menos. Las convenciones vuelan por los aires.
Sin embargo, la felicidad no solo no parece ser sostenible, sino que a menudo transmuta su amor en odio, miedo y, en definitiva, cambia bienestar por sufrimiento. Sea como sea, de forma local, casera, íntima, esos momentos existen y han existido. Y recorren como pequeñas y escasas perlas el oscuro tapiz de la existencia.
Pero también, a veces este pequeño milagro puede expandir su alcance y embelesar a muchísimas personas. No siempre es un camino interior, a veces es un camino «exterior». Imagino que son hechos difíciles de documentar, pero tenemos uno cercano: El Woodstock del 68’. Según cuentan, en los días en que se reunieron allí cientos de miles de personas con motivo del festival de música, se vivió un ambiente extraordinario. Los granjeros de los alrededores quedaron encantados con el comportamiento de los asistentes, la concordia y colaboración fue generalizada. Incluso el menda que os da la brasa en este justo momento escribió un relato sobre ello. Se han hecho documentales y se ha escrito mucho sobre el tema.
Creo que esos tiempos, donde la esperanza parecía tangible, donde parecía que era posible mejorar las cosas, eran propicios para que ocurriera algo así. Pero aunque esa ilusión se transformó rápidamente en humo, lo cierto es que entonces estaba viva en los corazones de millones de personas. Y eso cambia las cosas.
Volviendo al tema. Estoy seguro que esto ha pasado muchas más veces en la historia, momentos fugaces de comunión interna en comunidades más o menos pequeñas. Instantes donde se supera el egoísmo de la individualidad y uno se siente parte de todo. Y uno puede reconocerse en cualquier otro.
Pero la rueda jamás se detiene, el ritmo no cesa y todo lo que se estanca termina oliendo muy mal, como más o menos dijo el viejo William Blake. El curso de los acontecimientos jamás se detiene y la vida debe manar.
Esa es la naturaleza de las cosas. Los contrarios se alimentan y los ciclos se suceden. El paraíso, simplemente, no es sostenible. Por eso, aunque con todo mi amor y respeto, tengo que considerar un ingenuo a uno de los escritores más vibrantes de la ciencia ficción, (y, honestamente, a muchos más) cuyo nombre es Theodore Sturgeon y cuyo último libro, «Cuerpo divino» ni siquiera pudo acabar porque era imposible hacerlo. Creo que en él quiso describirnos el camino a la utopía, un libro inconcluso para un camino que no existe. Dibujar utopías en el horizonte es necesario, pretenderlas es estúpido. Son sueños que inspiran a mejorar, no están a nuestro alcance. Es como dijo ese hombre al que le preguntaron para qué servía el horizonte, respondió: para caminar hacia él. Creer que uno podrá llegar y sentarse el horizonte es quizás demasiado pretencioso.
Recomiendo encarecidamente leer a Huxley y su Mundo Feliz, para entender como la felicidad hecha sostenible es la otra cara de la pesadilla. La felicidad es deseable, es maravillosa, pero es un tono más en un infinito abanico de colores, todos los cuales son necesarios para nosotros. La realidad es que sufrir, tener dudas y sentir dolor nos completan como personas, y sin esas experiencias, viviendo entre algodones y sin riesgos, seríamos mucho menos de lo que somos. Nuestra energía se diluiría y nos iríamos vaciando de sentido y motivación.
Por ello tendremos que conformarnos con esas pequeñas perlas que el destino a veces tiene a bien colocar en nuestro camino, y besarlas cuando crucen el oscuro tapiz. Tendremos que saludarlas con alegría y disfrutarlas mientras duren. Porque es lo que tenemos y podemos tener. Jauja, El Dorado, Sibaris, y muchos otros… los paraísos terrenales son mitos o deformaciones fantasiosas de la realidad.
La vida es otra, amigos, la vida es otra. A veces es buena, pero siempre a su manera. Y hay que asumirlo lo antes posible: no querer verlo es chocar contra ello.
Reblogueó esto en Trozos de papely comentado:
Con tu permiso reblogueo este interesante artículo comentado, resaltando uno de tus párrafos: «La felicidad es deseable, es maravillosa, pero es un tono más en un infinito abanico de colores, todos los cuales son necesarios para nosotros»
¡Gracias, Daniel! Ha sido un placer leerlo.
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